La zapatilla y la reina

Hace mucho tiempo, existió una princesa que solía andar descalza por todo el palacio. Todas las princesas, tenían algo especial, las había de labios rojos como fresones y con el pelo tan largo que se hacían pesados recogidos en los que tenían que pasar horas sentadas, hasta que las damas que las aderezaban conseguían que no se pisaran las puntas y se lastimaran al tropezar (lástima que no existiera ninguna organización de donantes de pelo) otras, en cambio, tenían los cabellos tan brillantes, que nunca podían ver los ojos de los príncipes que las cortejaban, porque los deslumbraban con el brillo de su cabellera, ya fuera del color del sol, de un negro zahíno o del color de la miel del romero. El encrespamiento estaba fuera de sus reales vidas, y aunque no veían los ojos que las miraban, les importaba un bledo porque ellas lo valían. Las había expertas en artes marciales, que soñaban con Keanu Reeves y hacerse un Matrix con él, así a cámara lenta, en el que él se quedaba paralizado mientras ellas le pateaban su preciosa cara limpiamente (todo sea dicho, los combates eran legales y con árbitro) con una llave infalible que su maestro oriental, venido expresamente a entrenarlas los martes, jueves y sábados, el resto de los días tenían clases de protocolo, tomar el té con otras princesas, idiomas varios, entre ellos el chino mandarín, con mucho futuro, que Marco Polo ya les había traído las primeras sedas de Oriente, y el comercio empezaba a ampliarse a países que jamás hubieran soñado de su existencia. También asistían puntualmente a sus clases de esgrima, bordados, tiro con arco, caza de jabalí, hortocultura y diseño floral, para terminar agotadas con socorrismo en lago abierto palaciego. Más que un triatlón y una spartan race juntas, era una vida singular y muy cansada para las futuras reinitas, pero ellas callaban y aprendían antes de que se herniaran con la edad, tal y como lo habían hecho sus madres. Bueno, es que sus madres también tenían clases de cocina tailandesa, muy útil, para cuando venían los mandatarios de aquel país, y los británicos, cuyo gusto por la cocina era amplio y estaba abierto a todo tipo de arte culinario, más allá del roast beef, entre otras más antiguas. Había princesas, un tanto colgadas, que pasaban los pocos ratos libres que les quedaban de charca en charca, besando ranas a troche y moche, nadie sabía para qué, ese cuento aún no se había escrito, pero ellas eran muy intuitivas y creativas. Llegaban a la siguiente clase con sus lujosos vestidos manchados de barro para desesperación de sus reinas madres, que no sé porqué se deseperaban porque ellas no los lavaban ni planchaban.
Bien, como veis, había de todo, fanáticas de unicornios con trenzas de pony de colores, adictas a la coca-loca, enamoradas de lo natural y ecológico, no pisaban un Royalauto ni de churro, pero en las noches en las que tanta verdura y comida ecológica les tentaba con hacer alguna "locurilla", iban al 24 horas  y se ponían ciegas a patatas fritas y pedían una hamburguesa doble con queso y bacon (Las pobres tenía alucinaciones de zanahorias y tomates cherry, al menos, no eran pepinos y berenjenas..., a sus padres les hubiera preocupado más ese tipo de pensamientos, así que hacían la vista gorda)
Nuestra princesa, hacía todo esto, lo que se le mandaba, de buena gana, pero lo de los zapatos..., encerrar sus pies, no estar en contacto con la madre Tierra, a ella le deprimía enormemente. La primera vez que lo intentó, se cayó mientras realizaba el saludo real a todos los súbditos, creyó morir de vergüenza, porque aunque alguien se hubiera osado reírse hubieran rodado cabezas... No lograba borrar de su mente alguna cara tragándose la risa, normal de alguien que se cae, es algo practicamente involuntario, primero uno se preocupa, pero luego te ríes, hasta a ella le sucedía. Otra de las veces, lo intentó con unos botines del zapatero real, Blanchic, con su suela rojo frambuesa, conocidísimo por hacer el calzado más cómodo y bonito (dos cosas que son difíciles de compatibilizar, pero no imposible, parece ser) nada más salir al jardín, empezó a quedarse clavada en la pradera que rodeaba el palacio, haciendo de él un completo complejo de golf de lujo con hoyo 18 incluido porque no pudo dar más pasos. Sus padres, muy enfadados, no por lo del golf, empezaron a practicar en cuanto pillaron "el swing", hablaron seriamente con ella, y mantuvieron una breve pero intensa conversación:_ Querida hija, sin zapatos, no conocerás príncipe azul que te quiera, se quedará asqueado en cuanto los huela  (sí, era muy bella, pero le olían los pies que no veas) Ella respondió muy seria: _Seré la heredera de este reino decidme ¿Para qué necesito un príncipe cianótico? (Le gustaban los tratados de medicina... para intentar encontrar una solución para controlar el hedor que emanaban sus pinreles) _Hija un príncipe vivito y coleando, que te acompañe en la vida cuando nosotros faltemos, tus amigas tampoco estén, procure descendencia al reino, te asesore en los tratados de expansión financiera (ya que el reino tenía solvencia para muchos años si no se cometían despilfarros por consejeros con intenciones de llenar sus propias arcas) y sobretodo que en los actos oficiales y oficiosos, mire mal a tu madre, haga lo indecible porque no se le haga un retrato ni escultura real, no se la tenga presente en actos oficiales y tus hijos ni la vean ni la huelan.
 Ella, muy sorprendida ante esta última razón respondió:_ ¿Por qué habrá de hacer eso padre? Madre es buena, agradable, y seguro que una buenísima abuela, ella sabrá aconsejarnos _ Mientras su madre, resignada, miraba por la ventana de palacio. El rey muy digno le respondió con toda la sinceridad, claro y cristalino:_ Hijita, esa es una tradición que nos persigue desde hace algún tiempo, no sabemos porqué ni cuándo empezó, tu madre al igual que tú no soportaba ponerse zapatos y a las princesas descalzas, no las tienen en demasiada estima, aunque sean bellas e inteligentes como ella y tú, cierto que eres patosa para el calzado, pero ya lo iremos arreglando, ella lo consiguió. De este modo, la princesa puso todos sus esfuerzos en intentar probar no pisar con sus pies la Tierra de su reino, se puso unas zapatillas de paño a cuadros marrones que intercambiaba con las de cuadros grises... nadie las veía bajo sus amplios ropajes. Los príncipes empezaron a mirarla de otro modo, se quitaban sus gafas de sol, para admirar su belleza, tenían animadas conversaciones sobre medicina, artes marciales, fútbol y cotilleos de reinos colindantes. Así fue como conoció a su primer y único amor. No era azul, ni llevaba espada, era apuesto y no parecía muy cómodo en las reuniones de jóvenes. Lo notaba porque continuamente se rascaba la base del cuello, como una especie de tic. Parecía inseguro, pero cuando estaban solos se venía arriba y le contaba sus sueños e ilusiones, viajar en una calesa como una casa, con baño y ducha incluidos y, un nuevo invento que decían captaba las imágenes, sin que tuvieras que posar días en la misma postura para un retratista, con unos minutos era suficiente. Aunque sólo hubiera sido una hora, habría valido la pena, era lo más aburrido de todas sus obligaciones, y había que hacerlo, sí o sí.

Mis "modelos" no han querido posar
esto es lo que hay.
La princesa de las zapatillas, empezó a sentirse tan cómoda y libre con él, que le contó su super secreto, a él tampoco le pareció para tanto, es más la animó a seguir descalza, se sintió muy alagada, pero no lo hizo, había conseguido tanto... Además todavía quedaba esa parte que a ella no le gustaba mucho y que no se creía demasiado. Si su futura suegra (la de él) se convertiría en un problema entre los dos. No querría que ello perturbara su feliz vida de comer perdices para siempre, además de todo lo ecológico.
Pasaron unos meses y por fin se decidió a pedir audiencia con su padre para pedir su mano, todo empezó a prepararse para la gran boda real, su príncipe resultó ser menos azul, bastante preparado y no dió señales de ir a mandar a su suegra a freir espárragos. Cuando el enlace tuvo lugar marcharon en una gran carroza con baño y ducha, además le habían añadido una gran cama, que se escondía de día, y él pasó la luna de miel tomando retratos, dando fogonazos de magnesio y clorato potásico en una bombilla. Ella se descalzaba y aligeraba el peso de sus vestimentas, e incluso se animó a llevar pantalones. Fue una bonita luna de miel, en la que se mostraron tal y como eran, descubriéndose el uno al otro, mirándose a los ojos, viendo más allá de los pensamientos de sus pensamientos, riéndose, disfrutando de su libertad como marido y mujer.
Cuando llegó la hora de volver,... ninguno se planteó no hacerlo, pero era una idea que les rondaba. Así regresaron y volvieron a descubrirse como reyes de un palacio, con súbditos, sus consejos, reuniones con otros embajadores, mandatarios,... Con sus zapatillas de paño reales y unos suegros que decidieron no meterse en sus vidas y hacer todos los viajes del imserso para poder bailar la conga y pasar desapercibidos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

El contador a 0 de Pablo...

Pues no tengo ni idea de cuándo salieron a la venta las entradas del Stone Music Festival, el caso es que me llegaron por correo dos, con un...