Hoy por fin las madres han podido disfrutar del desscanso que proporciona la normalidad. Los niños han entrado en las aulas brillantes y lampantes, pero cuando se han ido a sus casas no brillaban menos, era sudor. Parecía que venían de la guerra.
Un sol de justicia, 35º sin perdón, haciendo delicias en el recreo y en las aulas sin moverse las cortinas. Tampoco es que estemos picando piedra en la mina, vamos a ser francos. Aunque cuando ves a una criaturita tirada en el suelo o encima de una mesa todo lo larg@ que puede ser _ Pero fulanitoooo! ¿Qué haceeeees??? y el pobre chaval te dice: _Seño, es que el suelo está más fresquito...
Pues la verdad, es que lo pienso y yo, si pudiera, haría lo mismo. Hoy cuando fui a recoger a nº 3 me dijo al subirla a la silla del coche:_ Por favor, mami cuando lleguemos me ducho. Así ha sido, pero casi le tengo que cortar el polo del cole, que con la sudorina no se despegaba de su cuerpito!
Hablando de picar piedra... Viene al caso que el año pasado estuvimos haciendo un curso de inteligencia emocional, debería ser una asignatura obligatoria, no tener que aprender a gestionar todo lo que llevamos encima a golpes y trompicones.
La ponente nos contó un cuento en el que una persona un día andando por la calle se encontró con tres obreros y les preguntó _ ¿Qué hacéis? Los tres le dieron respuestas diferentes, el primero le dijo_ Me estoy ganando el sueldo. El segundo_ Yo estoy picando piedras. Por último, el tercero le contestó_ Yo estoy construyendo una catedral.
Todo esto venía a cómo nos tomábamos nosotros el trabajo a diario, unos ganaríamos el sueldo, otros picaríamos piedra con aquellos alumnos más durillos(en el amplio sentido de la palabra, carácter, mollera, relaciones con los demás,...) y otros días construiríamos catedrales. Una compañera dijo que ella todos los días se levantaba con la intención de construir catedrales, pero que para construir catedrales hay que picar piedras y para eso hay que vivir, que no es gratis.
Lo cierto de todo esto es que la intención de construir catedrales está, luego hay muchos días que picamos piedra y a final de mes entra nuestra nómina en el banco. Así de simple.
Hace poco leí a un compañero, que además es escritor, Manuel Ávila, un texto sobre el "bulliying" y el "porculling" . Lo primero existe desde siempre y no voy a justificar lo injustificable porque es muy bestia, un insulto, amenaza, una bofetada en el alma o una paliza en el cuerpo, por la prepotencia y afán de notoriedad del abusón o abusona, cambia la vida no solo de niño, te marca como adulto.
El "por culling" es propio de aquellos que se permiten la osadía de decirle al profesor/ a cómo deben dar las clases, pero no con ánimo de ayudar, dando nuevas estrategias para motivar a sus hijos, facilitándote actividades que promocionen su interés, contestar a tus llamamientos cuando hay alguna conducta disruptiva en el aula, no confían en la persona que más tiempo pasa con ellos, les anima a no respetar, te ralla el coche porque sí, y creen a pies juntillas todo lo que su nene o nena les quiere contar a sabiendas, de que la carne de su carne tiene una retranca que va más allá del bien y del mal, no muy distinta de la que ellos se gastan. Hacer daño por hacer daño, sin preguntar, sin importarles que eres persona y en el sueldo no entra coger manía a sus hij@s.
Todo ESO, así con letras mayúsculas, porque lo he vivido en primera persona, provoca un estress en el docente, comparable al bulliying. La diferencia es que nosotros somos adultos y debemos saber gestionar, diferenciar, lo que nos hace daño, pero, a veces eso se nos escapa, te llega a abrumar y se te escapa de las manos. Te afecta como enseñante en tu vida profesional y en la familiar, porque si algo tengo claro es que si yo no estoy bien, mi familia también lo sufre.
Tengo suerte, soy afortunada, actualmente estoy en un centro en el que nuestra labor se considera, es respetada y tenemos niñ@s contentos. Pero sí he pasado por ese trance y no se lo deseo a nadie. Si tengo que pensar en todo aquello me entran ganas de vomitar, mareos, se me ponen los pelos de punta y se me acelera el corazón, y no precisamente de estar enamorada.
Soy exigente con los que enseñan a mis hijas, no me callo, hay cosas que se deben decir, sin ánimo de ofender a nadie, pero cuando algo crees que se está haciendo mal, al menos que alguien te explique qué criterio, el porqué de esa decisión, y sí, me planteo y replanteo, reviso, me hago preguntas... acerca de decisiones que las puedan afectar tanto en su crecimiento académico como en el personal. No busco la perfección, busco eficacia y profesionalidad, lo mismo que intento dar yo. Cada maestrillo tiene su librillo y confío lo más preciado que tengo a personas que no conozco, pero sus hechos, al igual que los míos pueden cambiar su percepción de la vida. Hasta ahora tengo mucho que agradecer y antes de reprochar, he preferido dejar la plaza a otro que la quiera. No todo el mundo puede hacerlo, es una pena tener que tragar por ambos lados, estar cuestionado como profesor y un alumno menospreciado por otro (un igual o docente, que ya me resulta patético y deleznable)
Cada niñ@ es especial.
Los niños son como mariposas en el viento...
Algunos pueden volar más alto que otros, pero cada uno vuela de la mejor forma que puede... ¿Por qué compararlos unos con otros?
cada uno es DIFERENTE, cada uno es ESPECIAL..., cada uno es ÚNICO!!!
Esto no es mío, lo leí el otro día en el mostrador de entrada del comedor de la niña, pues con los padres y profesores, pasa lo mismo.
No lo sabemos todo, afortunadamente. Aprendemos con ell@s. |
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